Don Felipe de la Garza, el penúltimo romántico

 

En una noche de gozoso insomnio hallábame yo deambulando por Internet cuando me encontré con mi tocaya por partida doble, doña Mercedes de la Garmilla y López. Por sus apellidos, de inmediato la reconocí como hermana del teniente coronel don José de la Garmilla y López, el que tiene una placa con su nombre en una calle de Valdenoceda e hizo construir allí esa bella y peculiar casa llamada Villa Susana. Mercedes de la Garmilla tiene su lugar en la Red por haber interpuesto en el año1907 un recurso de alzada relativo a la pensión que le había sido concedida tras enviudar de don Felipe de la Garza y Martínez. Le agradecí sobremanera a mi nueva amiga que me presentara a su difunto esposo, máxime cuando supe que este también era oriundo de Valdivielso y había escrito poemas sobre nuestro valle.

La fe de bautismo, el certificado de matrimonio y el certificado de defunción de don Felipe, que Mercedes de la Garmilla tuvo que adjuntar al mencionado recurso, nos ofrecen entre otros los siguientes datos: Jacinto Felipe de la Garza y Martínez nació en la ciudad de Burgos en 1848, siendo su padre don Mariano de la Garza y Ruiz de Huidobro, nacido en Valdenoceda. Era nieto de don Pedro Antonio de la Garza y de Andino, nacido asimismo en Valdenoceda, y de doña Narcisa Ruiz de Huidobro y García de la Yedra, nacida en El Almiñé.

Por su parte, Mercedes era nieta de una hermana de doña Narcisa llamada María y nacida en Quintana, por lo que Felipe y Mercedes eran primos segundos. Ambos descendían de un bisabuelo común llamado Juan Manuel Ruiz de Huidobro y Ruiz de Varona, nacido en El Almiñé en 1744, y de una bisabuela llamada Juana Antonia García de la Yedra y de la Peña Velasco, nacida en Quintana en 1740.[1]

Entre todo el papeleo del recurso de alzada, veo también la hoja de servicios de don Felipe de la Garza y Martínez. Este documento nos dice que llegó a ser catedrático numerario de Preceptiva Literaria e Historia de la Literatura, aunque también ocupó, en distintos destinos, cátedras interinas, supernumerarias o auxiliares de Geografía e Historia, Retórica y Poética, Psicología y Filosofía Moral, Lógica y tal vez alguna disciplina más, con la polifacética disponibilidad que ya entonces parecía ser habitual en un profesor de bachillerato. Como los cargos en el Ministerio o en la Dirección General de Instrucción Pública[2] solían viajar frecuentemente de un partido político a otro, y esto en aquella época influía mucho en los nombramientos de los enseñantes, Felipe de la Garza también viajó bastante, lo cual para un poeta no deja de ser inspirador e instructivo. Inició su vida de docente en Baeza en el año1875, a los 26 años de edad, con traslados posteriores a Segovia, Canarias, Gijón, Lugo y, finalmente, en 1892, a León. En esta ciudad fue catedrático numerario de Preceptiva Literaria en el Instituto General y Técnico hasta su fallecimiento, acaecido el 24 de enero de 1907, cuando tenía 58 años de edad. Era licenciado en Filosofía y Letras, y además tenía una segunda licenciatura en Derecho Civil y Canónico.

Pero, dejando a un lado estos fríos datos que duermen en el Archivo General de la Administración, he de decir que yo al auténtico Felipe de la Garza me lo he encontrado en Internet, donde he comprobado con alegría que sus obras están digitalizadas. He podido leer de cabo a rabo su poemario titulado “Horas poéticas”, editado en Baeza en 1879, y, además, he visto que en algunas bibliografías de publicaciones académicas bastante recientes se cita todavía su libro “Preceptiva Literaria”, editado por primera vez en Burgos en 1888, así como una recopilación de textos para el análisis literario titulada “Colección de trozos y composiciones en prosa y verso de los clásicos castellanos”,  editada en dos volúmenes en León, en 1901. Me centraré ahora en su obra poética, que parece haber sido breve pero intensa, aunque no sabemos si escribió más de lo que publicó. Después de 1879, salvo algún poema suelto escrito para homenajes o conmemoraciones, o incluido en alguna revista burgalesa de breve existencia y corta tirada, no publicó al parecer ningún poemario más.

Entre los poemas incluídos en el libro “Horas poéticas”, destaca uno titulado EL VALLE, que lleva la dedicatoria “A mi querido tío D. Gerónimo de la Garza” y dice así:

En el feráz terreno de mi Castilla

Hay un valle que es prenda de mi cariño,

En él del sol el rayo más puro brilla

Y recuerda los tiempos en que era niño.

Le rodean montañas muy elevadas;

Cruzan su extenso campo las carreteras;

Por el Ebro sus tierras se ven bañadas

Y anidan en sus bosques aves parleras.

Surge de las montañas el arroyuelo,

Fecundando las siembras con su corriente;

Refléjase en sus aguas el puro cielo,

A Dios naturaleza muestra potente.

Aldeas que son blancas como palomas

Por el extenso campo se desparraman;

Coronan sus casitas las verdes lomas,

La dicha que allí vive, las gentes la aman.

Las fuentes y arroyuelos murmuradores,

Cuando por el Oriente comienza el día,

Con tórtolas, palomas y ruiseñores

Forman una sentida dulce armonía.

Allí los días pasan en grata calma;

Se gozan los placeres y la ventura,

Va la fe sacrosanta dentro del alma

Que el bien que no perece nos asegura.

Ese país querido de mi Castilla,

Ese valle halagado por la fortuna,

Donde del sol el rayo más puro brilla,

Guarda tu hogar sagrado, meció tu cuna.

Tú, como yo, le adoras, verle deseas

Nuestras almas le guardan puro cariño.

Hoy le dedico un canto, cuando lo leas

Recordarás los tiempos en que eras niño.

 

En ningún momento, ni en este poema ni en otros, menciona el poeta el nombre de su valle, tal vez para darle un carácter universal, o simplemente porque no lo ve necesario. A cualquiera que conozca Valdivielso le resultará evidente de qué valle está hablando. Asimismo en otro poema, titulado FILOSOFÍA POPULAR, refleja una escena costumbrista enmarcada en lo que él llama “mi valle”:

«Mira que te mira Dios,

Mira que te está mirando,

Mira que te has de morir,

Mira que no sabes cuándo.»

Así cantaba una tarde

De mi valle un aldeano,

Al regresar a su casa

Fatigado del trabajo;

Al escucharle exclamé:

De nuestro pueblo en los cantos

Hallo más filosofía

Que en muchas obras de sabios.

Y el valle, esta vez cargado de recuerdos, vuelve a aparecer en el poema titulado CIUDAD Y VALLE, donde Felipe de la Garza contrapone sentimiento y sentidos:

En aquel siempre delicioso valle,

Que guarda para mí tantos recuerdos,

Las flores brotan y las aves cantan,

Todo habla al sentimiento;

Pero aquí en las ciudades populosas,

se oye siempre el mundanal ruido,

reinan la ambición y los placeres,

Todo habla a los sentidos.

La vida quiero que tranquila pase;

Deseo que la dicha me acompañe;

Por eso amo los valles y los campos,

Y me ahogo en las ciudades.

Siguiendo a sus admirados José Zorrilla y Gustavo Adolfo Bécquer, a los que dedica poemas muy elogiosos, el estilo de Felipe de la Garza podría calificarse de posromántico, en la medida en que añade elementos nuevos  y muy personales a una línea que arranca del Romanticismo. Hay que tener en cuenta que nuestro poeta tenía unos treinta años cuando se publicó el libro “Horas poéticas”, en 1879, por lo que estamos hablando de una colección de “poemas de juventud” y de un estilo muy del gusto de aquella época en que hacían furor las poesías de Ramón de Campoamor. Pero Felipe de la Garza me parece más profundo que este último, ya que muestra en muchos de sus poemas cierta preocupación social y un acercamiento claro al sufrimiento de los más desposeídos, aunque visto todo ello desde el tradicionalismo religioso y con una perspectiva burguesa, en la línea de otros literatos que se encuadraron en el Realismo durante la segunda mitad del siglo XIX. Su profunda religiosidad le hace dar unas respuestas más morales que sociales. La bondad y las buenas acciones le conmueven sobremanera, y en muchos de sus poemas ensalza la compasión, la generosidad, y ese amor al prójimo que en nuestros días traduciríamos como solidaridad. Asimismo, al menos en esta primera fase de su vida, aunque tiende a veces a utilizar la naturaleza y el paisaje para expresar sus estados de ánimo personales, se queda lejos de la sensualidad y el colorido que aportarían unos pocos años más tarde los poetas modernistas. Felipe de la Garza se muestra en su poesía piadoso y austero, muy entregado a su fe católica y a su sobriedad de castellano viejo. Pero su vena romántica le lleva a tocar también temas históricos con un cierto ardor patriótico, como cuando habla del Cid Campeador, o de los jueces de Castilla, o, ya más cercano a su época, de las guerras carlistas y de la guerra de Cuba. Cuando menciona la palabra “patria” se refiere siempre a su Castilla Vieja. La tierra andaluza, donde Felipe de la Garza vivió y ejerció como docente durante los cuatro años anteriores a la publicación del libro, aparece en sus versos como un paraíso que él elogia por su belleza, pero en el que se siente desterrado y lleno de añoranza. Resumiendo, la poesía de Felipe de la Garza tiene profundas raíces románticas, castellanas y religiosas, pero en cierto modo se abre a su tiempo desde la pasión de un hombre joven que busca su camino entre la tradición y la expresión de sus vivencias personales, en una época en la que ya se vislumbraba el final de una sociedad decimonónica que daría paso al innovador y convulso siglo XX.

Sin embargo, quien define mejor su poesía tal vez sea él mismo en estos versos del poema ECOS DE MI LIRA, que dedica a sus “queridos padres”:

He recordado en mi canción sencilla

El pobre hogar donde pasó mi infancia,

La siempre hidalga patria, mi Castilla,

De sus fieles guerreros la arrogancia,

Los heroicos timbres de sus glorias,

El arte de sus bellos monumentos,

Las páginas brillantes de su historia,

De sus vates los mágicos acentos.

He cantado al amor y a la ventura,

La noble caridad hija del cielo;

De la vida el dolor y la amargura

Y de la fe el dulcísimo consuelo.

 

 Pero, en mi opinión, donde este poeta hace sonar mejor su lira es en lo bucólico, al hablar de sus propios sentimientos a través de la naturaleza, y sobre todo cuando sus poemas adquieren un carácter intimista. En el poema titulado A SUSANA, en un tono que recuerda a Bécquer, dice Felipe de la Garza:

De mi lira arranqué suaves notas

Para cantarte;

Y llegaron del viento en las alas

A tus hogares.

Ellas eran el eco armonioso

De mi pobre alma;

La memoria que nunca se borra

De nuestra infancia.

Sé que entonces del fondo del pecho

Lanzaste un suspiro;

Recordando los tiempos dichosos

En que éramos niños.

El título de este poema, me ha dado qué pensar. Es curiosa la coincidencia del nombre de esta amiga de la infancia con el nombre de pila de la que luego fue su concuñada, doña Susana Antón y González. La coincidencia me ha parecido bastante menos casual al leer más adelante un poema, titulado LA BODA, que lleva por dedicatoria “A mi querido amigo de la infancia Sixto Antón”. Esto me ha hecho sospechar una relación de parentesco entre Sixto y Susana, dos poéticos “amigos de la infancia” de Felipe de la Garza. He podido averiguar que el nombre completo de este amigo era Sixto Antón y González, por lo que cabe suponer que era hermano de doña Susana. De paso me he enterado de que fue un prestigioso médico, experto en terapias para la tuberculosis, y que en 1890 estaba trabajando en el Hospital de San Juan. Además, Sixto Antón presidió en 1898 la primera Junta Directiva del Colegio de Médicos de Burgos, así como la Comisión Permanente de la Junta Provincial de Sanidad.

Si el poético regalo de boda se entregó antes de la publicación del poemario, este “amigo de la infancia” de Felipe de la Garza se casaría como muy tarde en 1879. Bastantes años después, en enero de 1891, es cuando contraen matrimonio Felipe de la Garza y Mercedes de la Garmilla, ambos solteros, a la edad de 42 y 38 años respectivamente. Recordemos que Susana Antón se había casado con José de la Garmilla en enero de 1886, y que ella tenía entonces al menos 34 años. Ninguno de los dos matrimonios tuvo hijos. Susana era casi tres años más joven que Felipe de la Garza y más o menos un año o dos mayor que Mercedes de la Garmilla. El más joven de todos era José, y el mayor era Felipe, con una diferencia de edad entre ellos de menos de seis años. ¿Estaremos ante un cuarteto de amigos de la infancia que se decidieron a formar parejas al llegar a una edad más bien madura (para la época)? Por otra parte, dado que Mercedes de la Garmilla vivía con sus padres en Badajoz, y que no nos consta que Felipe de la Garza hubiera residido en esa ciudad, ¿pudo ser que se conocieran en Valdivielso, quizá por ser veraneantes en el valle donde habían nacido sus respectivos padres, uno en Valdenoceda y el otro en El Almiñé? Además, como ya hemos dicho antes, sus padres eran primos hermanos, ya que las abuelas maternas de Mercedes y Felipe, María y Narcisa Ruiz de Huidobro, eran hermanas, por lo que existía entre ellos una relación de parentesco y, además, había una clara conexión valdivielsana. No creo que Mercedes y Felipe se vieran por primera vez en la boda de Susana Antón y el hermano de Mercedes, aunque todo es posible. Del mismo modo que es posible que el teniente coronel De la Garmilla conociera a Susana a través de su primo Felipe. Y, ¿por qué no?, más tarde tal vez hubiera invitaciones mutuas entre ellos y coincidieran alguna vez las dos parejas en Villa Susana. ¿De qué hablarían el poeta y el militar? ¿Y qué se dirían aquellas dos mujeres que coincidieron en conservar su soltería hasta más allá de lo que era normal y prudente en su época? Bueno, sospecho que nunca llegaremos a tener una certeza total con respecto a todas estas posibilidades, ni a dar respuesta a estas preguntas. Y, además, veo que estoy cayendo ahora en conjeturas y elucubraciones que son más propias de los ecos de sociedad que de un relato serio.

 Pero, la verdad, reconozco que soy poco seria y bastante cotilla. Mientras andaba a vueltas con todo esto, he sentido unas ganas enormes de hablar con nuestro literato y decirle: «Mire, don Felipe, podía usted haber seguido publicando poemarios y dándonos más claves sobre su vida personal, al tiempo que evolucionaba su estilo poético, tal vez hacia el modernismo, o incluso hacia formas más innovadoras. Ya sé que tuvo usted en su vida profesional muchas dificultades, que le pusieron zancadillas, que le hicieron polvo los frecuentes cambios y vaivenes políticos de la época, que además era usted un hombre muy sensible y culto, pero poco luchador y nada agresivo. ¿Que cómo lo sé? Pues por unas cartas en las que su amigo Federico Baráibar, el prologuista de “Horas poéticas”, le habla sobre usted a don Marcelino Menéndez Pelayo. Pero déjeme que le diga, don Felipe, que no tenía usted por qué desmoralizarse, que lo importante es que sus obras hoy están ahí, en las bibliotecas físicas y en las virtuales, cuando hace ya más de un siglo que las publicó. Y no solo están las de preceptiva o análisis literario, sino sobre todo sus poemas, que todavía resultan emocionantes. Y que yo un día de estos cuelgo su poema “El valle” en Facebook, y al momento lo leen y se emocionan hasta en las Américas. ¿Que de qué le estoy hablando? ¿Que si he contado mal las gotas de laúdano o me he pasado con el anís? Nada de eso, don Felipe, que el láudano ya no se lleva, y yo soy abstemia. Y no le voy a explicar cómo funcionamos en las redes de comunicación del siglo XXI, porque le parecería a usted brujería y, además, maldita la falta que le hace saberlo. Pero sí me gustaría que usted me explicara por qué no publicó más poemarios después de 1879, en casi treinta años más de vida. Estoy segura de que dejó unos cuantos poemas guardados en algún cajón… No puedo creer que no siguiera escribiendo casi a diario su apasionada poesía social o intimista. ¿No le escribió algún poema a Mercedes? ¿No cayó en la tentación de escribirle algo más a Susana? Sí, tiene usted razón, me estoy poniendo impertinente. Pero, mire, más lo sería si hablara de ese cantar tan salado que escribió usted y que aparece hacia el final del libro: “Las mujeres y los ríos/ Tienen mucha semejanza/ Pues las unas y los otros/ Siempre murmurando pasan.” ¡Ay, don Felipe, no sabe usted la que se podría armar en mi siglo por escribir unos versos como esos! ¿Que dice usted que me van al pelo? Enfin, dejémoslo estar. Otro día seguimos. Muchas gracias por el resto de sus poemas publicados. Y por esos otros que, seamos optimistas, ¡tal vez aparezcan algún día! Saludos desde este su valle, don Felipe, en el que siempre, como usted bien dice, “del sol el rayo más puro brilla”.»

 

 

Mertxe García Garmilla

 

 

 

 

 



[1] Mi agradecimiento a Juan Francisco García por sus detallados árboles genealógicos, que me han permitido averiguar el parentesco de esta pareja.

[2] Hasta 1900 existió solo la Dirección General de Instrucción Pública, dependiente del Ministerio de Fomento.